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domingo, 30 de diciembre de 2007

EPITAFIOS

Como soy un poco bicho raro, tengo una extraña afición por los cementerios. No creáis que es gratuito; los cementerios son los mejores museos de escultura de cualquier ciudad y además fuente de inspiración. Los hay grandes y ricos, como el de Milán o como el de Montjuich; otros son pequeños y hermosos como los de cualquier pueblecito de la Cerdanya; algunos se han hecho famosos, como el Cementiri de Synera, pero sin duda, en casi todos encontramos muestras del humor del ser humano especialmente en los epitafios, es decir en la Inscripción que se pone sobre una sepultura.

Los epitafios, como los testamentos, la gente los rechaza y no quiere pensar en ellos, como si el mero hecho de pensar acercara a la muerte, pero es evidente, como ahora os demostraré, que no puede dejarse al arbitrio de cualquiera lo que ha de constar como última frase para vuestra eternidad.
Si hablamos de epitafios, tal vez el mas famoso es el que dicen que hay en la tumba de Groucho Marx, que con su sarcasmo característico dice: «Disculpe que no me levante, señora».
Algunos tienen mala leche y quieren dejar constancia de los hechos, como el que se puede leer en una tumba del cementerio de Salamanca y que dice: «Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo que no dio nada».

O el de una pareja de hecho fallecida en accidente y a quien el obispado les negó la extremaunción por vivir en pecado y que a modo de poema dice: «Eran muy buenos los dos, y fueron de Dios en pos, como va todo el que muere, pero no están junto a él, porque el obispo no quiere».
Otros, denotan la forma de ser del difunto, como el que dicen que consta en la tumba de Orson Welles: «No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores».

O el de la lápida de Unamuno que dice «Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo ».

O el de aquel fraile de clausura en cuya lápida puede leerse: «Frai Diego aquí reposa, en su vida no hizo otra cosa».

Pero los mas comunes son los que hacen referencia al descanso del difunto y de sus deudos, como lo que pone una esposa en la tumba de su marido: «Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también».

U otro muy similar, también en la tumba de un difícil compañero: «Ya estás en el paraíso, y yo también».,

En igual sentido, un marido hizo inscribir en la lápida de su esposa: «Tanta paz encuentres, como tranquilidad me dejas».

O la de aquel yerno que hizo gravar a su madre política: «Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la mando».

Pero también sucede al revés, como en una lapida erigida por la suegra a su yerno en la que se podía leer: «Descansa en paz hasta que volvamos a encontrarnos».
Otros denotan sentido del humor, como aquel hombre que pesaba 140 kilos e hizo infinitas curas de adelgazamiento sin lograrlo e hizo inscribir en su tumba: «Por fin me quedé en los huesos».
En una tumba del cementerio de Guadalajara puede leerse: «A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa con profundo agradecimiento». no queda muy claro si la causa de ese profundo agradecimiento era el amor recibido, o la herencia que dejaba.

Un marido, despechado, hizo inscribir sobre la tumba de su mujer: «Aquí yace mi mujer, fría como siempre».
Y en otro cementerio, una mujer puso sobre la tumba de su marido: «Aquí yace mi marido, al fin rígido».
También se puede ver como ha vivido la gente agobiada por la economía: así se puede leer: “Algo tengo, por cierto, aquí no pagaré ningún descubierto».

O En el cementerio de la Almudena de Madrid se encuentra uno que reza: «Aquí estoy con lo puesto, y no pago los impuestos». Bueno, él ya no los paga, pero si sus herederos, porque yacer bajo tierra no es gratis, ni mucho menos.
También los hay con claras referencias a los errores médicos, como aquel que dice: «Fallecido por la voluntad de Dios y mediante la ayuda de un médico imbécil».

U otro que simplemente deja constancia: «Ya os decía que ese médico no era de fiar».

También los hay a la inversa, como aquel de un médico que ponía: «Aquí yace uno por quien yacen muchos en este lugar».
Finalmente, En la sepultura de un aprensivo que creyendo estar muy enfermo, intentó curarse con mejunjes y potingues: «Aquí yace un español, que estando bueno quiso estar mejor».

U otros que simplemente insisten en que no se les hizo caso: «Veis como sí que estaba enfermo».
Estos son algunos de los epitafios que he podido recopilar y que me han arrancado mas de una sonrisa. Solo por ello vale la pena pasear por los cementerios de este mundo.

En definitiva, vigilar a quien se le encarga buscar la frase ideal que ha de constar en vuestra tumba.
Lingus (27/04/2001) (con la colaboración de la red)

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