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viernes, 30 de noviembre de 2007

Un regalo de la Tierra





Dhar Ry meditaba a solas, sentado en su habitación.
Desde el exterior le llegó una onda de pensamiento equivalente a una llamada. Dirigió una simple mirada a la puerta y la hizo abrirse.

—Entra, amigo mío -dijo-. Podría haberle hecho esta invitación por telepatía pero, estando a solas, las palabras resultaban más afectuosas.

Ejon Khee entró.

—Estás levantado todavía y es tarde.

—Sí, Khee, dentro de una hora debe aterrizar el cohete de la Tierra y deseo verlo.

Ya sé que aterrizará a unas mil millas de distancia, si los cálculos terrestres son correctos. Pero aun cuando fuese dos veces más lejos, el resplandor de la explosión atómica seguirá siendo visible.

He esperado mucho este primer contacto. Aunque no venga ningún terrícola en ese cohete, para ellos será el primer contacto con nosotros. Es cierto que nuestros equipos de telepatía han estado leyendo sus pensamientos durante muchos siglos, pero este será el primer contacto físico entre Marte y la Tierra.

Khee se acomodó en el escabel.

—En efecto -dijo-. Últimamente no he seguido las informaciones con detalle. ¿Por qué utilizan una cabeza atómica? Sé que suponen que nuestro planeta está deshabitado, pero aun así...

—Observan el resplandor a través de sus telescopios para obtener... ¿Cómo lo llaman? Un análisis espectroscópico. Eso les dirá más de lo que saben ahora (o creen saber, ya que mucho es erróneo) sobre la atmósfera de nuestro planeta y de la composición de su superficie. Es como una prueba de puntería, Khee. Estarán aquí en persona dentro de unas conjunciones de nuestros planetas. Y entonces...

Marte se mantenía a la espera de la Tierra. Es decir, lo que quedaba: una pequeña ciudad de unos novecientos habitantes. La civilización marciana era más antigua que la de la Tierra, pero había llegado a su ocaso y esa ciudad y sus pobladores eran sus últimos vestigios. Deseaban que la Tierra entrara en contacto con ellos por razones interesadas y desinteresadas al mismo tiempo.

La civilización de Marte se había desarrollado en una dirección totalmente diferente de la terrestre. No había alcanzado ningún conocimiento importante en ciencias físicas ni en tecnología. En cambio, las ciencias sociales se perfeccionaron hasta tal punto que en cincuenta mil años no se había registrado un solo crimen ni producido más que una guerra. Habían también experimentado un gran desarrollo en las ciencias parasicológicas, que la Tierra apenas empezaba a descubrir.

Marte podía enseñar mucho a la Tierra. Para empezar, la manera de evitar el crimen y la guerra. Después de estas cosas tan sencillas, seguían la telepatía, la telekinesis, la empatía...

Los marcianos confiaban en que la Tierra les enseñara algo de más valor entre ellos: restaurar y rehabilitar un planeta agonizante, de modo que una raza a punto de desaparecer pudiera revivir y multiplicarse de nuevo.

Los dos planetas ganarían mucho y no perderían nada.

Y esa noche era cuando la Tierra haría su primera diana en Marte. Su próximo disparo, un cohete con uno o varios tripulantes, tendría lugar en la próxima conjunción, es decir, a dos años terrestres o cuatro marcianos. Los marcianos lo sabían, porque sus equipos telepáticos podían captar los suficientes pensamientos de los terrícolas como para conocer sus planes.

Desgraciadamente a tal distancia la comunicación era unilateral. Marte no podía pedir de la Tierra que acelerase su programa, ni informar a sus científicos acerca de la composición de la atmósfera de Marte, objetivo de ese primer lanzamiento.

Aquella noche, Ry, el jefe (traducción mas cercana de la palabra marciana), y Khee, su ayudante administrativo y amigo mas íntimo, se hallaban sentados y meditando hasta que se acercó la hora. Brindaron entonces por el futuro con una bebida mentolada, que producía a los marcianos el mismo efecto que el alcohol a los terrícolas, y subieron a la terraza.

Dirigieron su vista al norte, en la dirección donde debía aterrizar el cohete. Las estrellas brillaban en la atmósfera.


En el observatorio número 1 de la luna terrestre, Rog Everett, mirando por el ocular del telescopio de servicio, exclamó triunfante:

—¡Explotó, Willie! Cuando se revelen las películas, sabremos el resultado de nuestro impacto en este viejo planeta Marte.

Se incorporó, pues de momento no hacía mas que observar y estrechó la mano de Willie Sanger. Era un momento histórico.

—Espero que el cohete no haya matado a nadie. A ningún marciano, quiero decir, Rog. ¿Habrá hecho impacto en el centro inerte de la Gran Syrte?

—Muy cerca, en todo caso. Yo diría que a unas mil millas al sur. Y eso es puntería para un disparo a cincuenta millones de millas de distancia... Willie, ¿ crees que habrá marcianos?

Willie lo pensó un segundo y respondió:

—No.

Tenía razón.



Fredric Brown

1 comentario:

Pneuma dijo...

Bueno. Mientras leía iba diciendo para mí ¿Ray Bradbury?, pero algo, el estilo, me decía que no. Y tenía razón.