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miércoles, 21 de noviembre de 2007

La cierta historia de «El patito feo»

Árbol (copia parcial). Lápiz. Serie «naturalezas quietas», num. 3
(P. Crespo)

Prefacio.

Con seguridad conocen ustedes el cuento del patito feo, ¿no es así? Pues bien, ya es hora de que lo vayan olvidando, porque se trata de una versión apócrifa, y aplico este adjetivo en la acepción que llegó a tener en su tiempo, antes de que San Jerónimo precisara el término, es decir en el sentido de herético y poco menos que maldito. Pues en verdad que son incontables los conjurados para hacernos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Pero yo puedo asegurarles que no es así, y que la realidad es ciertamente cruenta. Aunque ustedes sean de los que creen en la idea de los muchos mundos (o de los universos paralelos), tendrán que aceptar que si bien vivimos desde luego en uno de los mundos posibles, o de otro modo no estaríamos aquí diciendo esto ―lo cual está de acuerdo con el llamado en física principio antrópico―, la probabilidad de que se trate del mejor de los posibles, como proclamara Leibniz[1- Lo que no debe interpretarse como una declaración optimista, sino como el recurso último y casi desesperado por parte del filósofo para explicar la existencia del mal y de la imperfección en un mundo creado por Dios, al que suponía infinitamente bueno y todopoderoso.], es lógica y desdichadamente nimia. Yo podría ofrecerles montones de ejemplos para convencerles de por qué las cosas son de ese modo, pero ya me parece estar escuchando los «sí, pero…», porque eso es lo que me sucede siempre que argumento cualquier cosa. Así que nada mejor que dejar que sea un cuento el que ilustre el mensaje que trato de transmitirles. Aunque no lo crean, los cuentos pueden plasmar la realidad mejor que la propia meditación filosófica.

Este relato no es mío, quiero decir que no soy el autor del mismo. En cierto sentido, sin embargo, sí me pertenece, y por eso me creo investido del ascendiente para incluirlo aquí, ya que su autora me aseguró al regalármelo que había sido escrito para mí en exclusiva, junto con otros variados textos pensados para que me sirvieran de solaz durante las largas tardes en solitario que me esperaban a causa de un anunciado viaje de trabajo ya no recuerdo adonde ni para qué. No hace mucho reapareció cuando menos lo esperaba, como no es raro que suceda con estas cosas, del interior de una carpeta cerrada mediante cintas anudadas y acusando en su cubierta las mordeduras de los dientes del tiempo. Entenderán que no le añada firma.

El original es un manuscrito, de modo que lo transcribo. Así que dispónganse a conocer la verdadera y hasta ahora asfixiada historia de


El patito feo

Mamá gallina estaba impaciente. Los huevos empezaban, por fin, a moverse. Poco a poco las cáscaras se rompían, no sin trabajo, desde adentro. Fueron saliendo todos... Mamá gallina supervisaba en jefe corriendo agitada aquí y allá. Estirando mucho el cuello y con los ojos muy abiertos.

Mamá gallina lo miró desconcertada:

―Mon Dieu! dijo, pues era de muy buena familia...

El patito la miraba enamorado.

―¡Qué guapa es!

Mamá gallina dio una vuelta a su alrededor.

―Mon Dieu! Mon Dieu! Mon Dieu! Mais qu'est-ce qu'il vient foutre ici celui-la? ―dijo, olvidando sus orígenes. Había llegado como tantos turistas a pasar unas vacaciones sur la Costá Brravá, y se había quedado en aquel sucio corral («rien a voir avec la France!»...) donde todos admiraban sus erres roulées y donde papá gallo le había hecho tantas promesas.

―¡Qué guapa es! y qué bien anda... ―Patito la seguía con todos los demás, con los ojos empañados por la emoción―¡Qué bien se mueve mi mamá!...

El infierno no tardó en empezar. Allí nadie lo quería. Su mamá lo admitía a regañadientes. Era el último en comer y el que se las cargaba siempre en caso de peleas. Mon Dieu, pues así lo llamaban, empezó a sentirse desdichado. Su mamá pelirroja no lo amaba como él... Los días se le llenaban de tristeza. Andaba siempre solo, mirando con envidia a sus hermanos. Pasó el tiempo. Una tarde se sintió más que triste, más que solo, más que pequeño. Una tarde se armó de valor y se acercó a mamá gallina:

―Maman poule... (a ella le gustaba que la llamaran así)

―Mon Dieu! qu'est ce qu'il veut celui-là?

―Maman poule, estoy triste. No sé qué es lo que pasa ni por qué no me quieres...¿Por qué me estáis mirando siempre así?

Él hubiese querido dormir bajo sus alas rojas, jugar con sus plumas tan largas, sentir el calorcito de su pecho opulento...

―Mon Dieu! Écoute, j'en ai marre de te voir. Sauht! Va-t'en. Fous-moi le camp d'ici! Ça alors, qu'el cauchemar de tête!...

Sabía que la había enfadado, que le había dicho algo inconveniente, pero ¿qué le había dicho maman-poule? Era tan bella y tan exótica... No hablaba con los demás. Hacía años que estaba en el corral pero no se rebajaría nunca a aprender «cette langue barbare!».

Mon Dieu ya volvía a su rincón con el remordimiento de haberla disgustado. Un alma caritativa se le acercó:

—¡Que te largues! ¿No ves que no te quieren? Si es que no eres un pollo ¡cagoendiós! ¡Que eres un pato!

¡No era un pollo! No era de los demás. ¡Su mamá no era suya! No lo permitiría...

―Amo a mi mamá, mi mamá no me ama. Mi mamá no me mima― dijo, pues aún era muy pequeño. Y se fue.

El campo estaba hermoso aquella tarde, pero nada importaba. Se sentó en el camino debajo de tres o cuatro flores. Llegó la ardilla a saltos. El patito la encontró fea y rara pero, hecho a todo, le preguntó:

―Señora, ¿es usted mi mamá?

―¡Tu mamá! Pato feo...¿No ves que soy graciosa, soy sedosa...y saltosa? Tu mamá es una pata, patito poca cosa... ―y se marchó muy digna.

Mon Dieu respiró hondo.

―¡Menos mal!― Maman poule era más guapa, pensó.

Llegó la rana.

―¿Es usted mi mamá?

Cuando la rana habló tuvo miedo. Su mamá y ella tenían el mismo acento.

―Porr favorr. Soy la señoga Gana y aún no he tenido hijos, dada mi edad tempgana...¡Qué pato tonto!―Y se fue de un salto.

Llegó el pájaro y llegó la vaca... fueron viniendo muchos y ninguno era amigo ni era como él. Llegó también la noche, ancha y oscura. Mon Dieu tenía frío y hambre y desespero.

―¡Mamá! ¡Alguien! ¡Ayuda! ¡Tengo miedoooo!

Cuando la vio olvidó cada pena. Tan grande como un árbol, relucía como las mañanas.

―¿Me llamabas? Soy el hada de los patitos que se equivocan en los cuentos. Últimamente pasa bastante a menudo. La administración ha tenido que abrir una nueva sección sólo para vosotros. No es que te dé las culpas de nada, pero alguien tendría que cortar esto de raíz. No sabéis los problemas que nos dais...y el gasto que esto representa...

Mon Dieu no había entendido nada pero, enamoradizo como era, se imaginaba ya en los brazos regordetes y rosados. Inclinó la cabeza, entornó los ojos...

―¡Qué guapa es! Y esa estrella en la mano... qué detalle de gusto...

―No escuchas, no hacéis caso. Todo se os va en pedir ayuda. ¡Sois unos conformistas! Individualmente, nunca, óyeme bien, nunca, conseguiréis nada. ¡Agrupáos, asociáos, sindicáos! ¡En pie los patos de la tierra! ¡No te dejes hacer! Si estás interesado te pasaré unas cuantas direcciones...¡Cielos! ¡Tener que hacer proselitismo con estos desgraciaos! En fin, mi misión oficial era muy otra... Te concedo un deseo, lo que quieras... Piénsalo bien. Pero no te vayas a dormir, que tengo prisa...

Mon Dieu seguía mirándola de lado, su cabeza llegaba casi al suelo. El perfume del hada lo envolvía. El sueño, los sueños...

―Venga tío, ¿no entiendes? ¡Un deseo! ¿Qué quieres?

―¿Un deseo? ¿Que qué quiero?... ¿Qué quieres tú que quiera?... yo quiero ser feliz. No vivir como ahora. Me da igual cómo y dónde. Yo quiero ser feliz...

Hada no se inmutó.

―Otro pasota... ―lo miró con lástima.

―Sigue el camino. Al final encontrarás la luna. Allí está la felicidad. ¿Estás seguro?

―¿Al final del camino?

―Sí. Adiós.

Mon Dieu volvió a quedarse solo.

―Solo otra vez, pero por poco tiempo.

Echó a andar. Se balanceaba dulcemente, no podía remediarlo. Ahora le divertía...

―¿Será verdad?

¡Ah! el perfume de la noche...Las flores, las estrellas y las hadas...y la luna al final del camino...

Llevaba andando un rato cuando vio aquella luz tan blanca y tan redonda. No una, ¡dos! Dos lunas blancas y redondas. Dos lunas llenas de luna y de felicidad redonda. Por dos. ¿Cómo sería? Felicidad redonda y blanca. Caliente y redondita como el cuerpo del hada, como su maman-poule....Corría. Las lunas corrían hacia él. La felicidad era ya el aire tibio...

El frenazo lo llevó al séptimo cielo.

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